Procrastinar es una palabra que se ha vuelto muy popular. La escuchamos en videos, podcasts, redes sociales… pero también la vivimos. Todos, en algún momento, hemos dejado para después algo importante: terminar un trabajo, responder
Procrastinar es una palabra que se ha vuelto muy popular. La escuchamos en videos, podcasts, redes sociales… pero también la vivimos. Todos, en algún momento, hemos dejado para después algo importante: terminar un trabajo, responder ese correo, hacer una llamada pendiente, empezar una rutina saludable.
Sabemos que debemos hacerlo, incluso queremos hacerlo, pero no lo hacemos. Y en su lugar, elegimos otra cosa: mirar redes, limpiar la casa, preparar un café o simplemente nada.
En este artículo quiero hablarte, desde la psicología, de lo que realmente significa procrastinar. Más allá de los consejos típicos de “organiza tu agenda” o “usa una app para enfocarte”, exploraremos la verdadera raíz del problema: las emociones. Porque sí, la procrastinación no es un defecto del carácter ni una falla de voluntad. Es, en realidad, una forma de lidiar con lo que sentimos
La procrastinación es la acción de retrasar o posponer tareas o decisiones que sabemos que debemos afrontar. Generalmente, no es por falta de tiempo ni por falta de organización. De hecho, muchos procrastinadores son personas perfectamente funcionales, incluso exitosas, pero caen en esta trampa mental cuando enfrentan tareas que les generan emociones incómodas.
Y ahí está la clave: no procrastinamos porque no sepamos qué hacer, sino porque al enfrentarnos a ciertas tareas sentimos ansiedad, aburrimiento, frustración o inseguridad. Y nuestro cerebro, que busca evitar el malestar, nos empuja a hacer otra cosa más gratificante en el momento. Aunque después venga la culpa, el estrés y el agobio.
La procrastinación se convierte así en un círculo vicioso:
Por eso, más que un problema de productividad, la procrastinación es un síntoma emocional. Y entenderlo así cambia completamente el enfoque para superarla.
Desde la experiencia clínica, está claro que procrastinar no es simplemente una cuestión de tiempo mal administrado. La raíz está en cómo enfrentamos las emociones que nos generan determinadas tareas. Es una estrategia —mal adaptada, pero estrategia al fin— para regular el malestar emocional.
La procrastinación no es un defecto del carácter o una maldición misteriosa que ha caído en tu habilidad para administrar el tiempo, sino una manera de enfrentar emociones desafiantes y estados de ánimo negativos que surgen ante ciertas tareas: aburrimiento, ansiedad, inseguridad, frustración, resentimiento y más.
Imagina que tienes que hacer algo que te genera inseguridad. Tal vez redactar tu CV, o preparar una presentación. Al pensar en ello, sientes miedo de “no hacerlo bien”, o de “no estar a la altura”. Tu sistema emocional responde con estrés, y el cerebro —para protegerte— busca una vía de escape. Esa escapatoria es cualquier otra cosa que te saque de ese estado: mirar videos, salir a caminar, ordenar la cocina. Y aunque eso da un alivio momentáneo, la tarea sigue allí. Y con ella, la emoción. Más intensa aún.
En resumen: procrastinamos para protegernos emocionalmente, no para perder el tiempo. Y esa distinción es fundamental para entender que la solución va mucho más allá de organizar la agenda o usar recordatorios.
Existen muchas razones psicológicas que nos llevan a evitar tareas, aunque sean importantes para nuestra vida personal o profesional. Aquí te comparto las más comunes:
Todas estas razones tienen un común denominador: emociones difíciles de gestionar. Por eso, el enfoque psicológico para tratar la procrastinación no se centra tanto en la conducta, sino en las emociones que la desencadenan.
A menudo, cuando alguien quiere dejar de procrastinar, recurre a herramientas externas: aplicaciones para gestionar tareas, técnicas de organización del tiempo, recordatorios constantes. Y aunque pueden ser útiles, no abordan el verdadero origen del problema.
Como indico siempre en consulta, la solución no involucra descargar una aplicación de gestión de tiempo o aprender nuevas estrategias de autocontrol. Tiene que ver con manejar nuestras emociones de una manera diferente.
Lo que sí funciona —y está respaldado por estudios y experiencia clínica— es:
Necesitamos una recompensa emocional mejor que la de evadir, una que pueda aliviar nuestros sentimientos desafiantes en el presente sin causar daño a nuestro “yo” del futuro. Esa es la clave del cambio.
Muchas personas que sufren de procrastinación crónica se sienten frustradas, incapaces o incluso deprimidas. Lo han intentado todo: agendas, hábitos, motivación externa. Pero no logran salir del círculo. Es aquí donde la psicoterapia puede marcar un antes y un después.
La dificultad de romper la adicción a procrastinar en particular es que existe un número infinito de acciones sustitutas potenciales que todavía podrían ser formas de procrastinación. La mente encuentra caminos infinitos para no enfrentar lo que duele.
Por eso, la solución debe ser el producto de un trabajo interno, el resultado de un proceso psicoterapéutico y no dependiente de cualquier otro estímulo externo. La terapia permite:
En especial para quienes han migrado, viven lejos de su entorno o sienten que han perdido el foco, el acompañamiento psicológico online en su idioma puede ser un apoyo clave.
Si sientes que la procrastinación afecta tu vida, tu carrera o tu salud emocional, hablar con un psicólogo especializado puede ser el primer paso para recuperar tu bienestar.
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